sábado, 4 de agosto de 2012

El espesor de un poema


Encubrimiento

Sacudo las razones;
la flojedad me brota todo el tiempo
y un antiguo conflicto me aúlla como lobo en celo.
El temor  hormiguea y ruedo como bicho bolita
amparada en una alegoría invertebrada:
Soy un continente fundado desde la semilla
con los dientes de una rabia desolada
y evoluciono
diminuta
a pesar de mi cascarón de fiera.

Advierto un destello
y sobrevuelo con mis alas en llamas
las alturas del tiempo y la experiencia;

y me estiro, me relajo, arrullada en el latido de los sueños
nacidos en los campos lunares.

La noche me guarda las espaldas
y se echa a mis pies para tomar la mañana.
Se revela el cielo y
saboreo las lágrimas de los mortales,
– una por una -
un néctar frío que se pega en las tripas.

Ya he quitado el polvo a  mis razones,
cosechado el fruto de su presencia,
y arrancado los pedazos de rebeldía
enredados en los dientes.
Aún así  ¿quién se atreverá a posar sus labios y
palmo a palmo,
quitará el pus de mis estrías?

El amor ha caído en desgracia

Me quedé  al final de la calle
 al final de la estación y del reflejo,
aceptando  por fin el oficio de morir.

De tan simple
 no hay manera de filtrarse
y es que la huella ha sido más constante que el río.

Subsiste el rincón y la humedad
A mi derecha otras caras
- menudas sombras  - se apartan de la imagen reflejada

La barda alunada, el tiempo fresco;
sin embargo el cielo se apaga en bocanadas:
 el amor ha caído en desgracia.

La barda se tragó la luna.
 La barda es el cepo del alma
y sobre todas sus  laderas llueve sangre

Algún invierno malgastará el vapor de nuestras bocas
 y cuajará la pena violenta y retraída


Callar (entre otras cosas) duele

Callar es doloroso.
Duele en la evidencia como un golpe de puño,
fraguando ojeras en los ojos de la memoria.

No me gusta pecar de ignorancia
y aún así
las  relaciones se extinguen
o por fuerza las voces resultan condenadas,
 recogidas, inservibles, cargadas y apiladas. Callar duele;
hay que tragarse el gesto y  la sonrisa,
con la pena encajada, húmeda y viscosa

Acaso queman  los residuos en algún sitio,
o un caos múltiple  confunde la armonía del espejo
 reflejando siempre el mismo costado de la roca.
 Un latido curioso, una descarga inútil,
 o  una meseta de caricias; un costado donde pellizcar
y no caer en esa furiosa brevedad tuya.

Acaso también
fue inútil hablarte del rocío,
o  de la humilde tibieza de mis manos libres; del alba fiel
de mi pubis inmóvil.

Me  digno  cerrar los ojos y callar,
cruzar las pródigas avenidas de la noche,
y proyectarme en el trazo de las sombras.
El resto es sólo humedad,
una marea inútil de cenizas y de humo
(entre otras cosas)


Tránsitos 

Infiltrarse en los granos perezosos
sobre la arena sin marcas de inútiles memorias.
Entregar el alma sin piedades;
sin echar las cartas
sin arreglo
sin borradores.
Pesarse con cualidades de relámpago;
y serpentear entre inspirar y escupir.
Secuencias embotadas
o meramente tránsitos
hasta encogerse en un suspiro.


El espesor de un poema 

Siestas y madrugadas caben en mis ojos rotos
humillados ante  el insostenible
parir de las distancia

Siestas y madrugadas  quemándome  los sentidos,
persiguiendo las huellas de una nostalgia que
componga la fractura.

Y una duda que apesta
igual que las jerapellinas callejeras

sin todavía
o si y sólo sí alguna vez
sí quizá

y pudiera no dudarse
atravesando la trinchera  de tu espalda


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