martes, 12 de abril de 2011

Reciedumbre

Un sol me pesa en la mochila
brota con su peso
y huele a nido
Se me caen los versos como aguacero
y mis manos se tornan marquesinas
en las veredas oscuras.

Me eternizo,
esfumada entre poemas.

Ser un verso es tan antiguo.

Llevo décadas de audiciones cotidianas
urdiendo surco con huella

Acaso esté más allá
de los días que me cavan
sin que yo de ningún modo muera

Se me vienen las palabras, los espacios,
las plazos sin antesala,
se me vienen entre los dedos
y me recuesto sobre un cielo repartido
hasta ver donde crecerlos.

Un cielo de pedazos repartido,
precursor.

Peso mis runas de poeta inexperta
de modo que se sostengan en mis manos,
una balanza de mí misma
de modo que pesen lo que duelen.

Uno por uno los poseo sin tiempo
para decirme
para verme
y que me vean otros ojos otro tiempo.

No importa el uno o el otro
no importa uno o él
que no entrega
qué no llora
qué me deja.

Y será por eso
que no me dura el uno
y sí un poema y sí las lágrimas;

ni un solo verso me han prestado.

Y me resiste la ilusión.
Y el sol,
especialmente
se resiste.



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