domingo, 27 de mayo de 2012

Desde que...


La edad de las cosas
desde que empezaron a existir…

en el instante inhóspito cuando se desnudan,
lucen sin ningún tipo de recato su dignidad
fabricada de reflejos descompuestos y oscuras insignias,
deambulando entre las sombras
-como el perturbado Hamlet o el ambicioso McBeth-.

Siempre han sido inestables
las huellas sobre la claridad llana.

No juega a ser guía de encrucijadas avenidas;
me permite vagar entre suspiros sobre los desnudos valles
y hallar en cada ocasión diferentes frutos
sin el sabor incierto del pánico y la culpa

¡Oh, siento el plumaje tirante
y luminoso sobre las nubes!

Lento converge en la espalda del mundo,
el cícero poderoso amurallándome las fronteras.
Me clausura la ansiedad por el aire ignorado;
una contienda de siglos cuerpo a cuerpo,
una disputa de hienas que sonríen con ternura.
Y una tregua,
en la lluvia que anticipa el ciclo de cada  instante de eternidad;
en el rastro de una época que es constancia de las nubes
y el hogar  encendido, quemando  
-        una por una - las horas sin  retorno.

Es la edad de las cosas,
desde que empezaron a existir…

la misma que se lleva y se trae  fragmentos de memorias.
Reemplaza los vacíos - oculta los horrores –
y reescribe mis andanzas
-como Juana de Arco en los ardientes pasillos del tiempo.-

También yo le niego la más mínima pausa.
Espío sus rincones y subo a las terrazas donde asoma el porvenir;
cruzo los dedos y mezclo mis oraciones;
los puntos cardinales se coagulan en pompas diáfanas,
liberadas  en cada imagen de mí misma
- antaño y a diario -
y ella envilece la porosa humedad de su boca ingrata,
hasta extraviarse lentamente en los amarillentos  huecos de su libido.

Y no voy a hablar ahora de los pálidos límites del  “aunque”
a la manera de algún filósofo griego,
una pitonisa etérea, señora de mí misma en otro yo
huyendo del oscurantismo.
Es apenas ella - sombra fiel-
imagen y semejanza del puro transcurrir,

la edad de las cosas desde que comienzan a morir.-

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