Creíste fluir; abordando la distancia, con ese apuro que llovía en tu piel como un velo de novia. Siempre pensamos que únicamente nos relacionaríamos desde el goce y las galas de ciertas aventuras entre garabatos de vereda y marquesinas perversas. Tuyo no tengo más que eso y sin embargo, en la memoria me regresas descalzo y convencido.
Y a estas horas, horas de noche fría y espesa, con un tic imprevisto y un cigarro, te presentas extrañamente para removerme el ayer cotidiano, te forjas delgado sobre el escenario de este vacío donde fuimos, en fugaces viajes de una pasión de mírame y no me toques. Holgazaneábamos – contigo sin pan y con mucha cebolla – en curvas perfectas: las de esa adicción del cuerpo que ahuecaba la garganta y crispaba las manos con geométricos temblores, las de tu silencio parejo, tu boca habitante que sin proporciones me involucraba.
Con el cigarro, vomito tu presencia gratuita que relega todo en un soplo de espiral; escribiste " me entristece”, y sigo sin entender. Adjetivé tus sermones en esa algarabía de besos que nos plegaba en colores, una milonga torpe en que uno chocaba con el otro y después, se resignaba a asediar al otro desde la imposición espesa de unos roces, girando y desanudándose y girando y enrollándose e inventándose, acoplado y acoplante, animal cursi de una alegoría urbana.
Después me ejercité en la multa de tus labios que era como bautizar la indiscreción sin sutilezas. Y vos que no te integrabas a esa peripecia, que me contradecías imponiendo tu ridícula forma de ocultar los sentidos, de refregar la barba en mi cuello y desertar de mi boca.
Escribiste "Me entristece lastimarte ", y yo, echada en el piso con los ojos nubes y grietas en los huesos, los labios hilvanando un ramo de aturdidos pensamientos, arqueé la espalda, recordando el último itinerario de tus manos, sintiendo como un raro hormigueo allí donde un lunar mínimo supo ser alas astrales entre tus brazos.
Te entristecías sí; y de esa tristeza brotó el aroma que en esta noche de milonga me lanza tu cobardía en una absurda y vegetada censura.
Canté con los ojos cerrados; besé paso a paso tus márgenes, me derivé transformándome hasta tocar tus costados desde el espacio donde se afirmaban mis manos con el compás de la canción; conseguí esfumarme en el callejón absorto y sórdido que se iluminaba con la alegría de tus labios en tanto que muy remotamente, allá en tu reino de boca arriba y solitario, tu tristeza zumbaba un alegato estéril.
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